La interdependencia entre naturaleza y seres humanos
La relación de los seres humanos con la naturaleza es interdependiente. Sin muchos de los recursos y servicios que la naturaleza provee, la vida que hoy conocemos como especie sería impensable. Incluso, el estilo de vida moderno sería inconcebible sin su soporte natural.
El aire limpio que necesitamos para respirar, el agua que bebemos, los alimentos que consumimos, el combustible que requieren los vehículos en los que nos movilizamos y una diversidad de productos a los que destinamos nuestros recursos económicos tienen como matriz el mundo natural.
No obstante, a pesar de nuestra relación interdependiente con la naturaleza, los desafíos que como sociedad enfrentamos para garantizar relaciones armónicas y equilibradas entre el mundo natural y social, son todavía enormes.
De hecho, la incomprensión de este vínculo indisoluble constituye uno de los principales obstáculos para alcanzar la sustentabilidad de los sistemas económicos y sociales, y más aún, para garantizar la subsistencia de todas las formas de vida en el planeta.
En las sociedades industriales modernas, el ser humano suele pensarse como un sujeto separado de la naturaleza, de modo que esta existe básicamente como un depósito para proveer los recursos que satisfacen las necesidades humanas.
En tal contexto, resulta entendible que muchas personas se conciban fundamentalmente como consumidoras y/o poseedoras de recursos, y no tanto como sujetos con responsabilidades frente mundo natural, o como una pieza que forma parte del ecosistema planetario.
Además, el desconocimiento de que son las relaciones sociales de producción y consumo las que se encuentran en el eje de las causas que originan la crisis ambiental contemporánea, y no sólo los límites físicos del sistema tierra, constituye otra barrera para avanzar hacia una mayor sintonía entre el ritmo de degradación-recuperación de la naturaleza y los intereses y necesidades humanas.
El Informe Planeta Vivo 2016, que publica el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), subraya que en 2012 “se necesitó la biocapacidad de 1.6 tierras para suministrar los recursos y servicios naturales que los seres humanos consumieron ese año”.
Además, agrega que “la naturaleza y los servicios que le presta a la humanidad están expuestos a un peligro creciente”, y que “el futuro de muchos organismos vivos está en entredicho”.
Estos datos resultan un indicador sumamente significativo para ilustrar cómo los niveles de consumo humano no se encuentran para nada determinados por las condiciones biofísicas del planeta o por la satisfacción de necesidades inmediatas, sino que se encuentran mediados por símbolos, normas, valores e intereses creados socialmente.
Es por ello que puede decirse que la crisis ambiental contemporánea es una crisis de origen social.
Incluso, desde una perspectiva social, resulta claro que distintos individuos, comunidades o grupos poseen diferentes concepciones sobre el mundo natural; en consecuencia, se relacionan de manera diversa con el entorno biofísico que la Tierra provee.
Dicha perspectiva resulta sumamente útil para reconocer las matrices culturales, económicas o políticas que definen las relaciones de los seres humanos con la naturaleza, pues la apropiación y uso de sus recursos alrededor del mundo es sumamente diferenciada y desigual.
El World Social Science Report 2016, publicado por la Unesco, subraya que “en 2015, el 1% de la población mundial concentraba en sus manos casi la mitad de la riqueza poseída por el conjunto de las familias del planeta”. Asimismo, señala que “las 62 personas más ricas del mundo poseen por sí solas tantos bienes como la mitad más pobre de la humanidad”, que supera los 7 mil millones de personas.
Es decir, el poder de los seres humanos para degradar nuestro mundo y todas sus formas de vida se encuentra determinado por una diversidad de factores que deben ser identificados y ponderados cuando lo que se busca es construir una sociedad sustentable.
No obstante, en muchos campos de la vida social, política y económica, cuando se piensa en alternativas o acciones para armonizar las relaciones de los seres humanos con la naturaleza, todavía prevalece una visión técnica que desconoce o ignora las dimensiones simbólicas,
económicas o políticas de la crisis ambiental y, en definitiva, el carácter socialmente construido de los modos como las personas, grupos, comunidades o instituciones se relacionan con su entorno local y global.
La incomprensión de la interdependencia del mundo natural y social, así como del carácter social de la crisis ambiental, constituye todavía un desafío que es necesario superar para garantizar la supervivencia de todos los ecosistemas y especies en el planeta, incluyendo a nosotros, los seres humanos.
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